
QUIÉN SOY
Me llamo Capitolina Blasco García y estudié Derecho en la Universidad de Alicante.
Durante años he compaginado la docencia con el ejercicio de la Abogacía y, desde 2019, trabajo como profesora interina, impartiendo clases de FOL, EIE y Economía.
POR QUÉ COMENCÉ ESTE BLOG
Esta entrada se redactó a mediados de 2020. En aquel momento eran pocas las voces que preveían que la pandemia tendría aún varias olas y que sus efectos se prolongarían durante años.
A partir de marzo de 2020, nuestro país -al igual que había ocurrido antes en China e Italia y cómo ocurriría después en buena parte del mundo- tuvo que hacer frente a una crisis sanitaria sin precedentes a causa del virus COVID-19: el temible coronavirus.
Casi de la noche a la mañana y tras declararse un estado de alarma insólito, buena parte de la población quedó confinada en sus casas, sin poder salir a la calle más que para cuestiones esenciales como trabajar (quienes no teletrabajaban, por supuesto), comprar alimentos o medicinas o dar breves paseos a los perros.
La pandemia del coronavirus supuso, en primer lugar, la pérdida irreparable de miles de vidas (sobre todo en las residencias de nuestros mayores) y puso de relieve las debilidades de nuestro sistema sanitario, pero también la grandeza de quienes trabajan en él. Entre su incontables efectos perversos la enfermedad trajo consigo, además, el cierre de negocios, la proliferación de los ERTE, el aumento de la crispación política, el surgimiento de tensiones entre países, el temor a una crisis laboral y económica de dimensiones desconocidas, el aplazamiento de fiestas populares y celebraciones privadas, la cancelación de los actos de Semana Santa, la suspensión de las clases presenciales y, claro está, también la suspensión de las oposiciones de Secundaria previstas para junio de ese año.
No todo fue malo, por supuesto. A los movimientos de apoyo y solidaridad con el personal sanitario, trabajadores de supermercados, transportistas o Fuerzas y Cuerpos de Seguridad (difícil olvidar nuestra cita diaria de cada día a las 20:00 horas), se sumó un ejército de máquinas de coser e impresoras 3D dispuestas a fabricar mascarillas y pantallas faciales. Las redes sociales desbordaron ingenio y talento, los museos nos abrieron sus puertas virtuales, recuperamos la tradición perdida de hablar por teléfono con nuestra gente. Hubo tiempo para leer y para ver series, muchas series. Pero también para cocinar (o para aprender a cocinar), hacer yoga / pilates / body-pump, «etc., etc., etc.».
Pues bien, es en medio de este escenario en el que, con el ánimo de hacer de la necesidad virtud (vaya, lo que en Empresa e Iniciativa Emprendedora llamamos DAFO y CAME), me dije que por qué no invertir el tiempo de confinamiento obligatorio en hacer algo de provecho para mi labor docente. Sobre todo ahora que el fin de mi último contrato de interinidad, la desconvocatoria de las oposiciones y el confinamiento en casa habían liberado mi agenda social por completo.
De modo que, para lo bueno y para lo malo, este blog es en cierto modo fruto de un tiempo confuso, de mucho dolor, inquietud y preocupación (por los demás, por los míos, por mí misma), pero también de un tiempo de balcones amables, arcoíris de papel, abrazos y besos en la distancia; tiempo de #YoMeQuedoEnCasa, de aplausos y sirenas a las ocho, de gente valiente y generosa… Tiempo de PARAR Y CONTINUAR.